Escrito por Rafael Pérez en Cristianismo, Reflexiones, Opiniones, Liderazgo, Crecimiento de la Iglesia
Comprendo que la iglesia es un cuerpo, y como todo ser vivo, tiene principios naturales que limitan o permiten su crecimiento, pero la tendencia actual no es guiarse por principios, pues esto toma algo de tiempo, sino transplantar modelos exitosos, echarles agua y esperar tener una réplica rápida de aquellos frutos.
Que nadie se sorprenda cuando comiencen a distribuir el «kit del sembrador», con los siete pasos para levantar una iglesia como la de fulano, tres CDS de predicaciones —para copiarle el estilo— y una carpa; incluida en la oferta por el mismo precio. Algunos líderes son como los fans adolescentes de las bandas de rock. Hablan como sus estrellas, visten su ropa, compran todos sus discos y material promocional y se comportan como ellas. Son la representación de de la cultura pop dentro del cuerpo de Cristo.
Lo más lamentable es que solo calcan a mano los modelos de crecimiento (numérico) de otra congregación. También hay modelos de amor, modelos de sinceridad, modelos de misericordia que podrían ser copiados, pero esos no son de su interés. Lo que de verdad les interesa es el crecimiento numérico, para aumentar su ego. Además, de las iglesias con estos otros modelos alternativos, poco comerciales, muy pocas veces llegan a estar en el ranking de las Top 10 más grandes del mundo.
He notado que las congregaciones replicadas, sembradas en base a modelos de éxito, nunca llegan a desarrollar una identidad propia, y aunque puedan aumentar su matricula, les es imposible mantenerla. Crecen muy rápido y tienen sus dos minutos de fama, pero en corto tiempo terminan desinfladas, no tienen un fruto que permanezca. Otra vez vuelve a mi memoria la cita de Spurgeon, la cual ya atravesó un siglo, pero sigue teniendo relevancia:
He observado congregaciones que han sido reunidas velozmente y grandes adiciones se han hecho de repente a la iglesia. ¿Y qué ha sido de ellas? ¿Dónde están esas iglesias en el momento presente? Los desiertos más lúgubres de la cristiandad son aquellos lugares que fueron fertilizados por el estiércol ostensible de ciertos avivamientos falsos. Toda la iglesia pareció haber gastado su fuerza en un arrebato y en un esfuerzo por buscar algo y terminó en nada. Construyeron su casa de madera y apilaron el heno, e hicieron una pila de rastrojos que parecía alcanzar los cielos, y entonces cayó una chispa, y todo se fue en humo. Y el que vino a laborar la siguiente ocasión, el sucesor del gran constructor, tuvo que hacer que se barrieran las cenizas antes de que él pudiera hacer algo bueno.
También hay otro caso curioso, y es el de las congregaciones que cambian de visión a cada vuelta y hora. Solo hace falta que alguna de sus iguales esté teniendo sus dos minutos de gloria para que se apilen a su alrededor, con la cámara en la mano, a copiarle su liturgia, su estrategia, sus programas y hasta los sermones del domingo.
Cuando una congregación está teniendo algún tipo de éxito numérico —está de moda—, su asistencia tiene las siguientes proporciones: 70% miembros de otra iglesia pop, la cual en otros tiempos fue estrella y ahora está perdiendo brillo; 20% nuevos creyentes y el restante 10% está compuesto por los líderes de las otras iglesias, quienes asisten con los ojos bien abiertos y un bloc de notas amarillo para tomar apuntes de todo cuanto allí está sucediendo. Al terminar el servicio de la nueva estrella pop, la cual disfruta de su fama momentánea, salen corriendo para la suya, notas en mano, a poner en práctica aquellas cosas que acaban de copiar. Anhelan ser ellos los próximos ídolos, la próxima estrella, ser el centro de atención del mundo; aunque sea por dos minutos.
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